Último día

Has caminado sobre tus rodillas y tus codos por ese puente colgante tantas veces que te olvidas de que si te pones de pie te encontrarás con el abismo. Y te da miedo mirar —es normal—, pero es algo que pocos pueden hacer y tu cobardía te desecha de dicho privilegio.
Así que te hartas de ver la madera astillada y levantas la vista, miras hacia adelante y ves que casi no has recorrido nada, pues el miedo te ha hecho inamovible. Te agarras, temblando, a las barandillas anudadas, tus rodillas crujen por el esfuerzo pero consigues ponerte en pie y miras por fin hacia abajo. 
Tu corazón palpita ante lo sublime. Tienes miedo, pero te fascina. El sudor recubre tu frente y tu espalda, tus ojos se hidratan con las lágrimas creadas por la repentina y violenta brisa.
A tus pies tienes un río, estás rodeada de bosques frondosos, de montañas que terminan en acantilados. Te giras y ves de dónde vienes: de la seguridad, de los campos llanos, las praderas florales, el viento dulce, los pájaros que cantan melodías pueriles. 
Y ¿a dónde vas? hacia la montaña, empinada, peligrosa, verde y gris, picuda, pero bella, bellísima. Lo sublime, aquello que da miedo, la sensación de posicionar las puntas de tus pies en un acantilado y mirar hacia abajo. El atractivo hacia lo desconocido. Miras hacia atrás una vez más, te despides, y caminas —segura, pero con respeto— hacia el futuro.

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