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Mostrando entradas de febrero, 2020

RMZ 1: La Cobarde

Un golpe la despertó. Se había dormido. Miró la hora: las 4:58. Intentó incorporarse pero solamente consiguió escurrirse más hacia abajo. Una maldición se escapó entre sus dientes. Hace un tiempo esta hubiera estado reprimida por una mirada maternal amenazante o por una advertencia paternal. En otro momento se hubiera asustado, de hecho, era lo que más temía: la decepción y el equivocarse. Pero ya no. Ahora estaba sola y en peligro. No podía hacer ruido, y el insulto, traidor, acababa de ponerle una diana en la espalda. O eso se imaginaba ella, pues realmente no quería comprobarlo. Estaba dentro de una sucia y bañera, se abrazaba con fuerza las dos rodillas y tenía un machete entre las manos, apuntando hacia arriba. No era la mejor posición para defenderse ante un posible ataque, la verdad. Llevaba allí probablemente más de ocho horas. Se estaba quedando sin agua y tenía unas ganas increíbles de mear. Si no llega a estar en esa situación se hubiera reído, porque estaba dentro de

los trofeos

Tras una puerta de madera barnizada con un sutil tono caoba se encuentra una habitación. Es una habitación fría y minimalista: simplemente decorada con una cama con sábanas de cuadros grises, una ventana diminuta cubierta por una cortina oscura y opaca, una mesa de madera en la que se apoya una lámpara de estudio, una estampita del sagrado corazón de jesús apoyado en dicha lámpara, un armario de metal y un par de fotos familiares pegadas con blu tack en la pared de gotelé.  Es una habitación insípida, apagada y monótona: pero esconde muchas sorpresas. Justo a la izquierda de las patas traseras de la cama se encuentra una trampilla que da acceso a un tesoro custodiado con mucho cariño. Dentro del escondrijo una caja de madera resguarda diversas fotos de rostros femeninos. Pero lo más preciado, el verdadero tesoro, son los trofeos: en total veinte mechones de pelo decorados con lazos de colores correspondientes a las prendas de las dueñas de cada tirabuzón. Pero el santo gr

pensamientos recurrentes

Tus dedos presionan las teclas a un ritmo descompasado y a su manera, porque al fin y al cabo nunca hiciste clases de mecanografía. Tu mente viaja hacia adelante y hacia atrás, hacia los lados incluso, pero nunca se mantiene firme, en un solo lugar. Rebelde, insaciable, te hace la vida imposible. Pero es tu mejor arma. Tu mejor cualidad, sin duda... Una anestesia de la mente, un cansancio colectivo. Una depresión general. No eres la única y en parte eso te calma, pero si te pones a pensar, en realidad eso es peor. Porque algo no va bien. Y todos lo decimos. No directamente, pero lo decimos. Lo decimos con los ojos, con los gestos, con las acciones. Lo decimos a gritos, a gritos internos, a gritos digitales que desgarran pero que se acaban ocultando. ¿Tiene solución? La negativa ante esta respuesta desespera, por eso es obviada. No, no tiene solución. Nada lo tiene, al fin y al cabo. Entonces lo único que tienes que hacer es dejarte llevar. Pero también tienes que luchar. Porqu