La estatua sentada en la fuente
Todo el mundo quiere una vida tranquila: un techo bajo el que vivir, un amor que compartir, paz y sobre todo tiempo. Todo el mundo quiere tiempo. Pues eso yo tenía para dar y regalar. Tiempo. Un constructo humano para medir el paso de los años, algo que a mí no me afectaba: no directamente. El tiempo no significaba nada para mí, era movimiento, era gente paseando, surcando caminos de colores. A veces podía parar y observar, pero normalmente dejaba que pasaran, por delante, indiferentes. Esperando. ¿A qué? No sé qué esperaba. A lo mejor que alguien se fijara en mí. A lo mejor a perecer: a deshacerme entre la multitud, a dejar de ser. Pero no estaba segura de ello, simplemente era. Llevaba doscientos años sentada. No recuerdo mi primer día, solo recuerdo la sensación: mi piel, siempre rígida y blanca, petrificada. Mi postura, inamovible: sentada, con las manos en las rodillas, mirando al frente: mirando a la multitud. Nadie solía mirarme, para ellos era un objeto. Pero si se fijaran lo s