El revuelo

—Te has perdido un baile magnífico, hermana. 

Pire había entrado en la habitación dando elegantes vuetlas sobre sí misma hasta llegar donde yo estaba, en el tocador, acicalándome antes de dormir.

—Ya sabes que no me gustan los bailes, Pire— dije, indiferente, mirándola a través del espejo.

—¡Pero este ha sido magnífico! Te hubiera gustado a tí y todo.

Me giré y le miré de arriba abajo: llevaba un gran vestido blanco de seda que se movía vaporosamente a medida que se tambaleaba de un lado al otro.

—¡Pire, has bebido! — me levanté sorprendida, tirando las cremas y mi peine al suelo.

—Solo un poco, hermana... estaban los hermanos Sapot y ya sabes que me da mucho reparo hablar con ellos, así que quería usar el licor para valentarme un poco...

Quería recriminar su elección. En nuestra sociedad, la reputación era una cosa muy importante, el mínimo desliz y nos podían echar. Por eso evitaba ir a los bailes: me parecían demasiado tediosos, me aburría y con el aburrimiento acababa haciendo estupideces. Como el episodio de la mosca un tiempo atrás: casi nos cuesta la casa. Confiaba en las armas de seducción de Pire para mantenernos en la comunidad, pero si seguía bebiendo...

—Pire, si sigues bebiendo así, nos vas a poner en ridículo. Que deshonor.

Pire se acercó tambaleándose hacia adelante y hacia atrás y me señaló.

—Hermana, creo que dejaste el listón muy alto en cuanto a ridiculeces... ¿quieres que te recuerde lo de la mosca?— su fuerte aliento a licor acompañado por la vergüenza del recuerdo hizo que me echara para atrás. Intenté disimular mi bochorno.

—Bah, eso fue hace años, ya nadie se acordará. 

—Al contrario hermana, todo el mundo me pregunta por tí. Por la de la mosca: ''la que se comió una mosca''. Qué ingenua—. Me miró entrecerrando los ojos y arrastrando estas últimas palabras —ahora entiendo por qué no quieres ir. Te haces la dura, pero te reconcome por dentro. Deberías ir al próximo baile y arreglar nuestra reputación.

''Nuestra...''. Me molestó más de lo que podía admitir. Como si ella no estuviera empeorando las cosas. Seguro que no era para tanto, seguro que nadie se acordaba ya. Pire solo quería enfadarme por recriminarle sus hábitos de bebida.

—Sigue bebiendo así y verás cómo también hablarán de tí. Creo que es eso: estás celosa porque te conocen como ''la hermana de la mosca''. ¿Te ha servido de algo beber hasta el límite de estar tan inestable? Seguro que los hermanos Sapot han huído al oler tu pútrido aliento.

Pire empezó a retroceder a medida que sus ojos se iban llenando de ira. Sabía que iba a pasar. Seguiría retrocediendo la pared, luego me miraría de arriba abajo y correría hacia mí, violentamente. Y así lo hizo: su vestido se fue deshaciendo a medida que se acercaba a mí. Esperé al momento oportuno: me aparté rápidamente y se chocó contra mi tocador, provocando un gran estruendo. Empecé a reír, pero estaba más sobria de lo que pensaba y volvió a envestir: esta vez tirándome contra la otra pared. Empezamos a luchar: me pegaba en la cara, en los ojos, yo intentaba defenderme como podía. Hasta que me empezó a morder. Y allí mi paciencia llegó a su límite. Yo también empecé a morder: todo lo que encontraba por delante: una extremidad, otra, otra, otra... pero no conseguía lo que quería: eran mordidas superficiales. Pire empezó a gritar y a pegarme con más fuerza. Entonces, cuando me iba a pegar en la cara por cuantigésima vez, antes de que su extremidad llegara a mi rostro, mordí lo más fuerte que pude y, loca de enfado, empecé a mover mi cuerpo entero. Pire empezó a gritar de dolor. Pero no paré, seguí mordiendo y, ahora, tirando y tirando y tirando... un golpe seco anunció que había conseguido lo que me proponía. Miré y tenía la extremidad de pire en la boca y Pire estaba la otra punta de la habitación, llorando y sangrando. Eso le enseñaría quién mandaba aquí: yo era hermana mayor. En la comunidad verían que no aprobaba sus comportamientos de ebria en el baile. Había, por fín, limpiado mi reputación.

Me acerqué a Pire para ayudarla a levantarse. Estaba a medio camino cuando la habitación se zarandeó tan violentamente que salí disparada hacia atrás, cayendo encima de la extremidad muerta de Pire. Vino un segundo zarandeo, pero esta vez me sencontró agarrándome al suelo. De repente, la oscuridad de la habitación se vio interrumpida por una dolorosa luz blanca. Fui corriendo hacia Pire y me puse delante de ella, protegiéndola. Miré hacia arriba y vi como unos ojos enormes me observaban. 



La niña volvió a zarandear la caja y se acercó a ella, para ver a qué venía tanto revuelo.

—Mamá, ¡Se han peleado!—. la niña le enseñó la caja de zapatos que había decorado con muebles de cartón, hechos por ella misma: un tocador, una cama y una estantería. Dentro, dos arañas del tamaño de un tapón de agua, agrupadas en una esquina, miraban a la humana, una de ellas con las patas delanteras elevadas, a la defensa.


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