La lucha por el presente

Un infante quiere agarrar el agua tibia que cae del grifo al suelo de la bañera y se sorprende cuando se da cuenta de que, aquello que es visible, aquello que, en apariencia, es palpable —¡mira como cae, mira!— no lo es. Eso nos pasa, a todos, con el tiempo: no es visible como lo podría esa agua del grifo, pero sí que nos marca físicamente. Nos envuelve, nos oxida como el hierro, nos madura como la fruta, nos corroe como el viento en la piedra caliza de las montañas.

El tiempo es relativo: el tedio, la espera a algo, frena el tictac del reloj, el sufrimiento lo ralentiza todo, en cambio, al contrario, toda diversión lo acelera, la velocidad y el ritmo del tiempo hace que toda conciencia de su paso quede anulada. Hasta que, un día, uno es incapaz de desmigajar los hechos del pasado, ver cómo se ha llegado a ese punto. La adrenalina entumece la consciencia del paso del tiempo. Lo cotidiano, lo ensombrece.
El tiempo es, como dijo Franz Kafka en sus notas, bajo el título Él (1920) (dentro de Entre el pasado y el futuro de Hannah Arendt (Austral, 2016)), un enemigo. En su parábola, el tiempo se ve personificado en aquél que amenaza por la espalda, y el que, de caras, impide el paso. El hombre del presente lucha contra ambos. El presente es también esa agua que no se puede aprehender, que se escurre entre los dedos del infante, que cae al suelo de la bañera. El presente se escurre, se encuentra en el limbo de la existencia, es una membrana muy fina, oprimida por el peso del pasado y el peso del futuro.

¿Cómo parar estas dinámicas (in)finitas? El final, la muerte. Hemos empezado con el principio de todo: el infante. La muerte es el parón del tiempo, tal y como vio Ivan Ilich, hijo narrativo de Tolstói (Alianza, 2011). Ilich, siempre pensando en —o, como Kafka, luchando con— el pasado y en el futuro. Su tiempo se ve frenado por una muerte inminente, accidental. Inminente y completamente consciente. La muerte es el límite, es el obstáculo final del futuro, la tendencia de todos, pero no la lucha: porque estamos en lucha contra el pasado, que nos empuja y el futuro, que nos obstaculiza. Así que, cuando el futuro se aparta y te deja ver la Verdad: he aquí tu decadencia, he aquí tu destino, ¿Qué queda? ¿Qué sucede con el tiempo? Los últimos momentos del ser humano, son los únicos momentos en los que el pasado y el futuro hacen tregua, en los que el presente camina tranquilamente, hacia adelante, hacia atrás, hacia arriba o hacia abajo, allá donde le lleven sus piernas. Es el momento del juicio final: no del arrepentimiento, quizás la decepción. El presente le pregunta al pasado. El pasado responde que no sabe. Es lo que hay, solo queda aceptar. Aceptarlos a los dos. Aquí se detiene el tiempo: o el presente se hace eterno, que sería lo mismo. Esa agua que no se puede agarrar se convierte en un río, y el presente navega por él, hasta su final.

Pero esto es solo al final: los últimos minutos, los últimos segundos de aceptación. Es cierto que (aquí salgo del aspecto metafísico y me adentro en la empiria), como afirma Ramón Bayés en Tiempo y enfermedad (2002) existen varias técnicas psicológicas para huir de la tendencia hacia el devenir y hacia lo que queda atrás, el fluir precipitadamente entre el pasado y el futuro. Estas herramientas psicológicas son, para ignorantes como yo, palabras extrañas, aparentemente imposibles, alejadas de aquél ajeno a los conceptos psicológicos —relajación, biorretroalimentación, parada del pensamiento, autohipnosis, etc.—, de lo que se trata es de crear imágenes, visualizarlas. O eso entiendo. La persona consigue petrificar el tiempo, crea imágenes temporales y puede, finalmente, palpar el presente. Eso en teoría. Creo.
Una cosa tengo clara: y es que, como he dicho, el tiempo es relativo. El tiempo es realmente extraño y tampoco sé qué hacer con él (Aunque, ¿realmente se puede hacer algo con el tiempo, así sin más?). Yo tampoco sé estar en el presente: siempre pensando en lo que hice, o lo que haré. Parece ser que, las técnicas psicológicas son efectivas. Complicadas, complejas, costosas, pero efectivas. Lo cierto es que a todos nos gustaría poder hacerlo, pero a lo fácil, de manera natural. Parar el tiempo como Hiro Nakamura, el personaje de la serie Héroes (NBC, 2006): parar la aceleración precipitosa con la mente, cerrando los ojos, creyendo que se puede hacer, consiguiéndolo. Una vez conseguido, tener esos momentos de observación, de respiro, de reflexión. Detener el tiempo.

*** 

Estoy publicando, por segunda vez, una entrega del máster. Teníamos que escuchar una canción —Detener el Tiempo de Nacho Vegas— y desarrollar un ensayo narrativo a partir de la misma. Y a mí me salió esto. No estaba muy convencida, pero ante el análisis positivo de mi profesor, me ha empezado a gustar... ¡si es que lo estoy publicando en mi blog! 
En el ensayo digo que no sé mucho de psicología, pero en realidad, es una media verdad. O una media mentira. Porque yo, privilegiada, estoy yendo a terapia. Y estoy aprendiendo muchas cosas (como los errores cognitivos, que no veáis el daño que pueden llegar a hacer, pero... guardo este tema para otro post). Lo que quiero decir con esto es que, esta decisión: publicar esto y que lo considere digno gracias a la aprobación de una figura de poder, dice mucho de mí. Y sé que me estoy delatando (psicológicamente). Y no sé, supongo que se lo debo a mis pocos lectores y me lo debo a mí misma, porque, a veces, y por contradictorio que parezca, el hermetismo hace daño. 

Vaya, y yo pensando que no estaba inspirada: lo que, en principio eran unas líneas aclaratorias (yo, bueno, mis errores cognitivos, queriendo adelantarse a los hechos y pensando que publicar algo que es mío está mal solo porque lo he hecho para clase), se han convertido en un párrafo. Un párrafo que, haciendo referencia a un post que se está horneando en un rincón de mi cabeza y que, puede ser o no, esté medioescrito en mis borradores, quiere abrir una puerta.
 

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