Algo Maravilloso

Relato escrito en 2018

Una mujer vuelve de una cena de empresa con un pesado cansancio sobre sus hombros. Pese a no tener muchas ganas, la cena ha ido bien: no es que los compañeros sean de su agrado, pero debe reconocer lo agradable que supone para ella una buena comida después de tantos meses de un sin parar ajetreado. También agradece el buen vino, —todavía nota el cálido y aterciopelado rastro que este ha dejado en su garganta...—.

Una humedad pegadiza le acompaña en el estrecho, oscuro y larguísimo callejón que sube hasta el portal de su casa. Sus tacones de aguja van marcando el ritmo, casi al compás con el reloj de oro chapado que lleva en su muñeca izquierda. Un baño de sales, caliente, burbujeante, un buen libro y otras cuantas copas de vino le esperan en su acogedor hogar.

De repente y sin avisar, la molesta angustia, el desasosiego, la ansiedad, imprega su pensamiento con un millón de escenarios, de situaciones en las cuales se ve asesinada, atracada, apuñalada, estrangulada por individuos misteriosos escondidos, esperando al acecho, entre los posibles escondrijos engendrados por la perversa oscuridad. Sobresaltada, rebusca en su bolso de piel sintética su teléfono y abrie esa red social que tanto le gusta. Revisa las fotos de la cena que ya han compartido sus compañeros y comprueba con desagrado que ella no sale en ninguna. Un suspiro enojado, violento, se fuga de su boca. Guarda con decepción el aparatejo y acelera el paso. Ahora le parece estruendoso el sonido que provocaban sus tacones artificiales contra la fria piedra. Se mira los pies con desagrado, intentando callarlos.

Los mira y avanza, pues se conoce el camino de memoria. Sigue mirándolos cuando estos se encuentran de frente con otros pies. Unos extraños y desnudos pies. No se parecen a nada que haya visto antes: son de un color apagado y brillante, cada uno está adornado con cuatro dedos que finalizan en una gruesa, puntiaguda y oscura uña. Le invade un miedo seductor que a su vez le coacciona a levantar la mirada.

Sus ojos ingenuos se topan con lo nunca visto, con lo inaudito, lo atroz: la cara más bella y grotesca que ha contemplado en su vida. Lo primero que ve es una nariz con cuatro orificios que inspiran al unísono la humedad invernal y expiran un vapor opaco. Seguidamente unos ojos rasgados e infinitos, brillantes y completamente negros, negros como la noche más ciega del mes. Cuando se deshace por fin del embrujo de los ojos se encuentra con unos pálidos labios carnosos de los cuales se asoman descaradamente unos finísimos, largos y amarillentos dientes decorados con el recuerdo carmesí de algo o alguien que hace relativamente poco estaba respirando. La perfecta y maravillosa cara está enmarcada por un largo, liso y frondoso pelo plateado que se mueve al ritmo de la suave brisa nocturna. La criatura está completamente desnuda. Una fina capa de piel translúcida cubre su huesudo esqueleto resiguiendo con todo detalle las curvas de sus eternas extremidades. Un pronunciado movimiento incita a sus ojos a curiosear detrás de la criatura: de su espalda sobresalen dos escuálidas, pero musculosas alas a conjunto con el resto de la piel grisácea, a excepción de las puntas, que son dos crestas de hueso cristalino, casi transparente.

La mujer necesita tocar esa piel de eterno diamante, siente que toda su voluntad depende de ello. Lentamente acerca la mano hacia ese maravilloso ser. Con un movimiento casi imperceptible la criatura le agarra la mano. Con sus largos y finos dedos de cristal resquebraja sin dificultad alguna el reloj, deteniendo así el monótono ritmo del tiempo y la esperanza hogareña. La criatura mira la mano prisionera entre sus garras, seguidamente mira los ojos de la mujer. Ella simplemente se pierde entre ese oceano de alquitrán. Aspira profundamente y siente, con agrado, como le absorbe el alma a cuentagotas. La criatura ladea la cabeza hasta que llega, con un sonido articular, como el de dos ramas rompiéndose, a un extraño ángulo. Desde este, abre sus atroces mandíbulas para brindarle una hermosa, gratificante y ancha sonrisa vertical.

Oh, y ahora voy a morir, piensa.

Y la criatura le arrastra hacia los retoños de la oscuridad mientras ella suelta una liberadora carcajada.

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